Después de algún
que otro fantasma y pequeños problemas de aire, nos enfundamos de abrigo y
bicicleta para dar una vuelta por los páramos de Pucela. Descubrimos que a
pesar de lo que dicen algunos foráneos desaprensivos (premio para el primero
que me diga qué significa eso de “foráneos desaprensivos”), en Valladolid hay
cuestas y puestas, pues subimos a Fuente el Sol al atardecer. Al bajar de aquel
monte, merendola con chorizo y charanga, en la que uno (dejaremos oculta su identidad), nos confesó que “de pequeño”
comía hormigas, metiendo una pajita por la boca del hormiguero: dijo que
entraban, religiosas, por aquel túnel a rayas, sin saber qué tipo de miga de
pan iba a engullirles a ellas. Aseguró también que saben saladas (puagh), y que
ahora come otras cosas: tornillos de vía de tren, toallas, bolsillos…