Un
hombre se encontraba en un supermercado cuando recibió un golpe en los talones.
Al girarse, vio a un chaval de diez años que conducía un carro de la compra. El
niño no dijo nada y el señor no le dio importancia. Poco después, este hombre
recibía un nuevo golpe idéntico al anterior. Y así, una tercera vez. Entonces,
ante la pasividad de la madre, se dirigió a ella y le dijo: “señora, ¿pero no
ve lo que está haciendo su hijo? ¿Es que no le va a llamar la atención?” A lo
que la mujer respondió: “mi marido y yo educamos a nuestros hijos en libertad,
sin imponerles nada por la fuerza”. Otra señora que había contemplado la escena
se acercó a una estantería, cogió un tarro de mermelada y se lo volcó a la
madre del niño en la cabeza, mientras decía: “mis padres también me educaron
así”. Moraleja: libertad sin reglas es permisivismo barato.