El otro día en el club sucedió una extraña anécdota. Mientras estábamos hablando después de estudiar en el pasillo, un adolescente tenía un cordón del zapato desatado. Lógicamente, le dije: “Fulano, llevas un cordón desatado, te vas a caer” Contestación: “Ya lo vi, pero me da pereza agacharme”. Pero lo peor no es eso, es que ¡¡¡estaba sentado!!!
Claramente, la pereza es uno de los virus más expandidos, contagiosos y mortales del planeta. Pero, gracias a Dios, hay medicina para ello y está en el botiquín de casa: ser constante en la exigencia de cosas pequeñas. Así por ejemplo: levantarse puntual, no dejar ropa tirada, no poner los pies encima de la mesa del salón o del sofá, huir de la tendencia a la “horizontalidad”, que cumplan su encargo, que se vayan a la cama cuando toca, hacer la cama, y el etcétera que pongáis vosotros.
Claramente, la pereza es uno de los virus más expandidos, contagiosos y mortales del planeta. Pero, gracias a Dios, hay medicina para ello y está en el botiquín de casa: ser constante en la exigencia de cosas pequeñas. Así por ejemplo: levantarse puntual, no dejar ropa tirada, no poner los pies encima de la mesa del salón o del sofá, huir de la tendencia a la “horizontalidad”, que cumplan su encargo, que se vayan a la cama cuando toca, hacer la cama, y el etcétera que pongáis vosotros.